Del Sahel a Ucrania, de Gaza a Myanmar y Sudán, el planeta encadena guerras y crisis humanitarias mientras sube la temperatura, literal y política. Los datos pintan un cuadro inquietante: 2024 fue el año más cálido jamás registrado y el primero en promediar >1,5 °C sobre la era preindustrial; la década 2015-2024 es la más calurosa; y ciudades como Madrid duplican sus días extremos de calor.
En paralelo, la violencia política y los conflictos repuntan. Uppsala registró en 2023 el mayor número de guerras desde 2017 y estimaciones de ACLED sitúan en torno a 233 000 las muertes en conflictos en 2024, con Sudán, Ucrania, Gaza o Myanmar como focos letales.
La democracia también se encoge: los informes V-Dem 2024-2025 describen una «tercera ola de autocratización» y alertan del peso creciente de fuerzas ultra y populistas en parlamentos y gobiernos. Aunque el panorama es desigual (Moldavia, por ejemplo, acaba de votar claramente por Europa), la tendencia global es de retroceso democrático.
¿Qué está alimentando este bucle de crisis?
- Calentamiento global + shocks energéticos. COP28 logró por primera vez un texto que habla de «transición lejos» de los fósiles y de triplicar renovables, pero las emisiones de 2024 siguieron en niveles récord y la demanda eléctrica crece más rápido de lo previsto. El IEA prevé pico de carbón, petróleo y gas antes de 2030… pero «no lo bastante rápido». Resultado: más olas de calor, sequías, inundaciones → más inestabilidad y protesta.
- Conflictos enquistados y derecho internacional tensionado. El número de guerras aumenta y los organismos internacionales van a rebufo. El ICJ ha dictado medidas provisionales en el caso Gaza (Sudáfrica v. Israel) mientras el caso Rohingya (Gambia v. Myanmar) sigue su curso. En Sudán, la ONU documenta violaciones masivas de DD. HH. y posibles crímenes atroces. (Ojo: «genocidio» es una calificación jurídica; hay alegaciones e investigaciones en marcha, pero los fallos finales tardan).
- Desigualdad y concentración de poder. La riqueza de los multimillonarios aumentó en 2024 unos 2 billones $ (≈5,7 mil M$/día), con gran parte atribuida a herencias, poder monopolístico o conexiones. El 1 % acumula más que el 95 % inferior, y la captura regulatoria por lobbies sigue poco transparente en la mitad de la OCDE. La mezcla «oligopolios + baja fiscalidad + lobby opaco» erosiona la legitimidad democrática.
- Fatiga post-pandemia y polarización. La OMS levantó la emergencia en 2023, pero las cicatrices económicas y sociales persisten y se politizan. Los datos de ACLED y proyectos académicos muestran picos de protestas (inmigración, clima, coste de vida) y un tono más bronco, con casos de violencia contra cargos locales.
- Medios, desinformación y crisis de expectativas. Estudios recientes asocian la erosión democrática a la normalización de violaciones de normas por élites y a los efectos de sistemas digitales que premian lo extremo. Esto se traduce en ventanas de Overton desplazadas y mayor tolerancia al lenguaje de confrontación.
¿Hay culpables? Sí… y también incentivos mal diseñados
No hace falta acudir a conspiraciones: incentivos y estructuras importan.
- Fósiles y rentas reguladas. Décadas de subsidios implícitos y asimetrías regulatorias han retrasado la transición. Incluso con señales de pico de demanda, la infraestructura y las finanzas siguen orientadas al corto plazo. Esto no exculpa a gobiernos ni empresas, pero explica la inercia.
- Captura de políticas. La mitad de la OCDE carece aún de registros robustos de lobby y reglas de integridad; sin trazabilidad, el «puente giratorio» y la agenda normativa sesgada prosperan.
- Concentración económica. Beneficios extraordinarios y posiciones dominantes amplifican el poder político de pocos actores. Oxfam documenta el salto patrimonial post-2020 y su influencia en la agenda pública.
- Instituciones saturadas. La ONU y los regímenes de control de armas/conflictos se ven superados por guerras simultáneas y por el veto/intereses cruzados de potencias. UCDP y ACLED muestran la «normalización» de niveles altos de violencia.
¿Y ahora qué? (medidas con impacto real)
- Transparencia y cortafuegos al lobby: registros públicos obligatorios, huella legislativa y periodos de enfriamiento estrictos a ambos lados del Atlántico (la nueva Recomendación OCDE 2024 es una buena base).
- Competencia y fiscalidad moderna: antimonopolio pro-datos (interoperabilidad, separación funcional en plataformas críticas) y pactos de impuesto mínimo a ultrarricos coordinados (propuestas del 2 % sobre grandes patrimonios ya están sobre la mesa).
- Acelerón climático creíble: triple de renovables y x2 eficiencia al 2030 con redes y almacenamiento como prioridad 1; eliminar subsidios a fósiles; estándares de compra pública «cero-emisiones» y finanzas verdes condicionadas a resultados.
- Refuerzo del derecho internacional: apoyar recursos a ICJ/ICC y misiones de investigación; condicionar acuerdos y comercio al respeto a medidas provisionales y a la ayuda humanitaria.
- Higiene informativa: trazabilidad de anuncios políticos, auditorías de sistemas de recomendación y alfabetización mediática integral (especial foco en WhatsApp/Telegram).
- Políticas de resiliencia social: renta mínima condicionada a formación, salud mental post-COVID, vivienda asequible y transición laboral para sectores fósiles.
Epílogo: no es destino, es diseño
El caos actual no es inevitable; es el resultado de reglas, incentivos y omisiones. Cambiarlas requiere coaliciones amplias, empresas que acepten competir con reglas claras, Estados que vuelvan a invertir en bienes públicos, y ciudadanía que exija cuentas con datos en la mano. No hay bala de plata; sí un conjunto de palancas probadas.