Vivimos en un planeta limitado, pero bajo un sistema económico que sólo entiende de crecimiento perpetuo. El capitalismo, basado en la acumulación y expansión constante, choca de frente con la realidad física de un mundo cuyos recursos son finitos. Esta contradicción no es un detalle menor: es el origen de las crisis ecológicas, sociales y económicas que enfrentamos hoy.
El crecimiento infinito en un planeta finito: una paradoja suicida
El capitalismo necesita crecer. No crecer es sinónimo de crisis, desempleo y colapso financiero. Las empresas deben aumentar beneficios trimestre tras trimestre; los países deben incrementar su PIB año tras año. Pero este crecimiento infinito es físicamente imposible. El planeta no puede ofrecer recursos ilimitados, ni absorber residuos sin consecuencias.
Cuando el modelo económico exige más de lo que el planeta puede dar, empiezan las trampas: sobreexplotación de recursos, destrucción de ecosistemas, externalización de costes ambientales y sociales. Todo para mantener la ilusión de que el crecimiento puede seguir eternamente.
Acumulación, competencia y consumo: el motor insostenible
El capitalismo se basa en la competencia: quien no crece, muere. Para sobrevivir, las empresas deben producir más barato, vender más y obtener más beneficios que sus competidoras. Pero llega un momento en que las necesidades básicas están cubiertas, y entonces el sistema crea nuevas necesidades para seguir vendiendo.
La obsolescencia programada es un ejemplo claro. Productos diseñados para fallar o quedar obsoletos en pocos años, obligando al consumidor a comprar de nuevo. La publicidad se encarga de hacernos desear lo que no necesitamos, alimentando un ciclo de consumo artificialmente acelerado.
El problema es que esta maquinaria necesita cada vez más recursos, más energía y genera más residuos. Y la cuenta, tarde o temprano, siempre llega.
Cuando hayáis cortado el último árbol; cuando hayáis secado el último río; cuando hayáis quemado el último bosque…; entonces os daréis cuenta de que el dinero no se come
La factura ecológica: nos estamos comiendo el futuro
Cada año, la humanidad consume recursos como si tuviéramos más de un planeta a nuestra disposición. El “Día de Sobrecapacidad de la Tierra” (Earth Overshoot Day) marca la fecha en la que agotamos los recursos que la Tierra puede regenerar en un año. En 1970 caía en diciembre; hoy cae en julio.
El capitalismo externaliza estos costes. La contaminación, la pérdida de biodiversidad o el cambio climático no figuran en los balances de las grandes corporaciones. Son las generaciones futuras, los ecosistemas y los países más pobres quienes pagan la factura.
La idea de que la tecnología solucionará todo (la desmaterialización de la economía) es una falacia. Producir bienes digitales o “verdes” sigue requiriendo materiales físicos, energía y recursos que son limitados.
Un modelo que también fractura a la sociedad
No es solo un problema ambiental. El capitalismo, en su lógica de acumulación, tiende a concentrar la riqueza en pocas manos. Según Oxfam, el 1% más rico posee más del doble de riqueza que el 90% más pobre de la humanidad. Este no es un fallo del sistema, es su consecuencia natural.
El crecimiento económico no significa bienestar generalizado. A menudo, el aumento de PIB va acompañado de precariedad, desigualdad y polarización social. Cuando las reglas del juego favorecen siempre a los que más tienen, el ascensor social se rompe.
¿Qué alternativas tenemos?
Existen modelos económicos que entienden las limitaciones del planeta. El decrecimiento no significa volver a las cavernas, sino cuestionar la necesidad de un crecimiento económico constante y poner la sostenibilidad y el bienestar en el centro.
La economía circular propone un sistema donde los productos se diseñan para durar, reutilizarse y reciclarse, reduciendo la extracción de recursos. Los modelos cooperativos y las economías locales fortalecen las comunidades y reparten la riqueza de forma más equitativa.
La tecnología debe estar al servicio de la eficiencia, no del consumo irracional. Invertir en energías renovables, transporte sostenible y reducción de residuos es imprescindible, pero no basta si seguimos obsesionados con el crecimiento infinito.
Cambiar las reglas o colapsar
El capitalismo ha sido una herramienta poderosa para generar riqueza, pero ha demostrado ser incapaz de gestionarla de forma sostenible en un entorno limitado. Pretender que podemos seguir creciendo eternamente en un planeta finito es una fantasía peligrosa.
O redefinimos las reglas del juego, aceptando los límites físicos y cambiando nuestra forma de producir, consumir y vivir, o nos veremos abocados a un colapso ecológico y social de proporciones inéditas.
La pregunta no es si el capitalismo caerá, sino cómo queremos que sea la transición hacia lo que venga después.